25 octubre, 2006

Entregas I.II

- ¡Pinche lluvia! Me carga... a hüevo me tiene que tocar a mí cuando ésta madre se descompone. -- Así reclamaba Toño a la suerte. Llevaba apenas dos horas dando vueltas en el taxi y con las primeras gotas de lluvia, el golf pintado de blanco y rojo decidía detenerse casi por capricho.

Toño tenía apenas un par de meses de haber perdido su trabajo en una compañía de producción televisiva y no había encontrado otra opción que aceptar el ofrecimiento de su hermano de manejar uno de los taxis de los que era dueño por las noches y así ganar por lo menos lo suficiente para pagar sus cuentas mientras encontraba un mejor trabajo.

- ¡Pinche lluvia! - repetía Toño mientras golpeaba el volante del carro. Finalmente, ante la evidencia de que sentado dentro de él no lograría arreglar nada, levantó el seguro de la portezuela y la abrió despacio buscando cuidadosamente el mejor lugar para pisar el pavimento y evitar mojarse.

Bajó del auto y se dirigió al cofre para intentar encontrar la falla. En su mente sabía que al abrir el capó del auto no tendría idea de lo que vería debajo, pero supuso que moviendo un cable aquí y otro allá algo pasaría y, finalmente, prefería aparentar saber a quedarse sentado perdiendo el tiempo hasta que alguien llegara a ayudarlo.

Como lo había imaginado, no entendía nada. Una especie de caja negra al centro, cables aquí y allá y lo que reconoció como el acumulador no le decían absolutamente nada. En el fondo, tenía el iluso deseo de levantar el cofre y encontrar un letrerito luminoso con una flecha diciendo "aquí está el problema, baboso". No hubo letrerito, así que se quedó observando esa maravilla de la tecnología con una mano arriba y la otra moviendo cables tímidamente esperando una chispa o algo que le diera la esperanza de subir al auto, dar vuelta a la llave y escuchar el motor encendiendo.

"Le voy a hablar a éste cabrón para que sepa que sus choferes nomás se chingan sus carros.... no, de seguro me va a echar la culpa a mí... mejor le hablo a algún mecánico y ni pedo, hoy no ganaré ni madre...."

Su concentración fué de pronto interrumpida por el sonido de su teléfono celular. Metió la manos al bolsillo del pantalón y alcanzó el móvil. Era su hermano que, como invocado, le llamaba desde su propio celular.

- ¡Brother! ¡Qué bueno que hablas!, ¡Estaba a punto de marcarte!
- ¿Donde estás?
- ¡Tirado aquí en la calle güey! ¡Tus pinches choferes son una mierda Juan Luis, no mames! Pinche carro éste nomás se mojó tantito y me dejó tirado. No puede ser brother...
- ¿¡Dónde estás güey!? ¡Contéstame! -replicó Juan Luis evidentemente molesto.
- Güey, tampoco te enojes ca'... no es mi culpa... déjame ver que calle es ésta... pérame... -Toño buscaba la nomenclatura de la avenida por la circulaba y no la alcanzaba a ver, así que comenzó a dar pasos hacia la esquina para aclarar su vista. Pensaba que su hermano llendo a ayuddarlo no sería la mejor idea. Por como se escuchaba en el teléfono, estaba de muy mal humor. Pero de lo normal. -Oye brother, pero no te preocupes, no es necesario que vengas. Yo ahorita le llamo a un mecánico y...
- ¡Me vale madres el carro pendejo! ¡Necesito ir por tí!

Toño ya no estaba para soportar los gritos de su hermano otra vez

- ¡Oye cabrón! ¡Bájale a tu pedo maestro! Como sea, ¡yo me las arreglo y te llevo tu pinche coche cabrón.

Colgó el teléfono y regresó al taxi. Cerró el cofre de un golpe, abrió la puerta y se subió a intentar encender el carro frenéticamente sin éxito.

Sonó de nuevo su celular. Era Juan Luis otra vez.

- ¿¡Qué quieres cabrón¡? Ya te dije que ahorita me las arreglo.
- Toño. Escúchame. El carro vale madres. Hace un rato llegué a mi departamente. Tenía un mensaje en la contestadora. ¿Recuerdas el nombre de Aurora?

Toño por poco deja caer el teléfono de su mano. Palideció. Sintió como su corazón perdió ritmo y se aceleró súbitamente.

- Toño... Toño... ¿Me escuchas? Aurora llamó Toño. No es un cuento. En su mensaje, dió todos los detalles. Aurora existe Toño, es real... o por lo menos, suena real. Necesito verte, recuerda que ésto lo tenemos que hacer juntos.

Toño seguía sin articular palabra. Sabía que lo que escuchaba no podía ser bueno. De pronto lo invadió el terror a lo que venía. Nunca creyó que Aurora existiera y hoy, a pesar de la llamada de Juan Luis, albergaba la esperanza de que todo fuera una broma muy pesada. Una broma de alguien que tenía información que sólo conocían Juan Luis, Toño y su padre muerto.

- Dime dónde estás Toño que voy por tí,

En voz baja y como esperando que su hermano no lo escuchara, Toño contestó parado ya frente a la nomenclatura del cruce de las calles Alepecio y Cristales.

- Alepecio y Cristales aquí, en el Barrio del Carrizo.
- Creo que sé donde es eso hermanito, ya voy para allá. No te preocupes, que todo va a estar bien -Dijo Juan Luis intentando darle calma a su hermano menor aunque el sabía bien que no todo iba a estar bien. De hecho, muy poco iba a quedar bien.

Juan Luis finalmente vió la tímida luz de una señal de "Libre" en un auto que se acercaba. Levantó el dedo índice, el taxi paró junto a él, subió, saludó al taxista y le pidió lo llevara a su primer parada de la noche.

- Alepecio y Cristales en el Barrio del Carrizo, por favor.
- Claro señor, con gusto.

10 octubre, 2006

Entregas

Callado, serio y de rostro duro. Cualquiera puede pensar que pasa el día enojado y que hasta lo disfruta.

En realidad, es todo lo contrario. Está convencido de que las cosas sólo se pueden disfrutar cuando se les observa. El ruido de las palabras, para Juan Luis, es un estorbo y la forma más estúpida que tiene el ser humano para llevar a la catástrofe lo que cae en sus bocas.

Cansado, hace un par de semanas Juan Luis por fin pudo entrar a su departamento y respirar el aire de su espacio. Ese en el que la única voz que se escucha es la suya y en el que el único ruido es el de su teclado y le parece más bien agradable. Encuentra relajante el sonido de cada tecla siempre que tengan una secuencia rítmica. Así lo hace. Mientras escribe y echa a volar sus ideas, le gusta emular ritmos de canciones que le gustan o simplemente crear un patrón musical desde sus dedos.

Esa noche tuvo sus sobresaltos.

Su máquina contestadora ha estado inerte en la mesa de su sala desde hace casi más de un año. Había recibido hasta ese día 2 mensajes. Uno, para ofrecerle una inmensa línea de crédito y el segundo de se oficina el día que decidió no ir a trabajar sólo por el gusto de tomar un día para él, su silencio y sus ritmos mecánicos.

Al cerrar la puerta de su departamento, se acercó a tomar el teléfono para acercarlo a la computadora y vió la luz roja intermitente que le indicaba que no sólo tenía un mensaje, sino dos.

En cuanto terminó de escuchar ambos mensajes, su rostro duro de pronto se suavizó en la palidez de una noticia de esas que cambian la vida de cualquiera.

Se talló los ojos como esperando que todo fuera un sueño. Cuando se constató de que todo era bastante real, se puso de pié, tomo una maleta pequeña y empacó un par de cambios de ropa, su computadora portátil, una llave que parecía de un ropero viejo y que sacó de abajo de una torre de ropa doblada en un cajón; un documento que acompañaba a la llave, un cargador de teléfono celular y un par de zapatos.

En un pedazo de papel apuntó los números que recuperó del identificador de llamadas y en menos de diez minutos estaba de nuevo fuera del departamento.

No podía dejar de repasar palabra por palabra ambos mensajes. Sabía muy bien que su vida había tomado una vuelta que el no quería tomar.

Manifiesto

No deja de rondar en mi cabeza una frase de Vaclav Havel (gran presidente checoslovaco) que habla del miedo que da estar arriba (una altura sumamente relativa) y tener la sospecha siempre presente de no merecerlo.

Hoy, estoy realizando varios sueños al mismo tiempo y eso me aterra. Me quita el sueño pensar en que, efectivamente, no lo merezco. De pronto esa frase "demasiado bueno para ser cierto" cobra muchísimo sentido.

El miedo no me detiene a dar pasos hacia adelante y a tomar decisiones que hagan de mis sueños aún más intensos. Pero el miedo me recuerda que existe la latente y gran posibilidad de que esté sentado en una silla que no me corresponde. Es temporal y es prestada.

Que sirva mi miedo y éste registro para no olvidar que cuando deje ése espacio físico, mi mayor satisfacción será dejar un viento cálido en el espacio espiritual de cada uno de los seres humanos que me honran con su entrega todos los días.

03 octubre, 2006

Reencuentro

No sé a quien me voy a encontrar cuando te vea. Sé a quien dejé pero no se a quien encontraré. Tengo imágenes muy claras en mi cabeza de quien eres (o eras) pero no hay idea de lo que hoy veré.

Se, por ejemplo, que tienes un espíritu implacable y que eres capáz de cambiarle el rumbo a un planeta para lograr tus sueños. Sé también que te inunda una inmensa compasión humana que te engrandece. Sé que convidas de tu paz y tu alegría a quienes te rodean.

Sé también que fuiste inspiración, guía y compañera hasta la muerte. Se que ningún ejercicio musical funciona tan bien como lo hacía contigo, que ningún escenario ni ningun reflector es tan grande como cuando es compartido contigo.

Sé que eres mi referencia histórica personal preferida y recurrente. Sé que extraño esos días y que cada vez que sé de tus éxitos me lleno de la alegría más genuina y humana que he sentido.

Sé que muero por sentarme contigo a compartir tiempos, historias y pasajes. Sé que muero del terror de no encontrate o no encontrarme de nuevo contigo como antes.

Sé que hoy eres diferente. Que has crecido tanto como yo y que las cosas pueden ser muy distintas. Sé perfectamente que ese café puede quedar en la anécdota y no volver a suceder pero sé, por sobre todo, que voy a sonreír como pocas veces en mi vida. De hecho, ya lo estoy haciendo.

Sonrío.