31 marzo, 2007

Lo dejo... día 2

Dentro de seis días, dejo el cigarro. El viernes 6 de Abril, amanezco sin fumar. Lo más curioso de todo es que ya no me da miedo. Ansío que llegue el día y comenzar el reto que, en realidad comenzó el jueves pasado.

Se antoja a guerra, a elevar el escudo y correr hasta llegar a un lugar de calma y de menos amenazas. Eso, siempre es atractivo.

Hoy escribo sobre las razones por las que quiero dejar de fumar. Son muchas y a veces parecen pocas.

Estoy harto. En pocas palabras estoy hasta la madre de depender del cigarro. Estoy harto de sentir un horrible sabor en la boca y, sin embargo, enceder uno más. Estoy harto de preocuparme más por planear un fin de semana asgurándome de incluir actividades en las que pueda fumar libremente. Estoy harto de subir a mi vehículo y sentir inmediatamente el olor a cigarro. Esoy harto de carga con botellas de perfume para intentar cubrir la hediondez del humo.

Estoy harto del cigarro. Pero, por humillante que sea, el cigarro es más poderoso. De eso, también estoy harto.

Quiero ser mejor. Quiero sentirme mejor. Quiero tener una expectativa de vida larga sin la sospecha constante de que puedo enfermar de cáncer, enfisema o de cualquier padecimiento cardiovascular.

Quiero cumplir una promesa. Quiero poder voltear al cielo y decirle que por fin le cumplí. Quiero sentir su sonrisa que me abraza. Quiero, por fin, darle a mi abuela su regalo de navidad cinco años después.

Quiero ser un mejor hombre para ella. Quiero que se sienta orgullosa de mí, que sepa que puedo hacer lo que me propongo. Quiero gustarle más, quiero poder besarla sin la voz interna y molesta que me dice que, seguro, tengo sabor a cenicero. Quiero que de mí, tenga el aroma del jabón, del perfume o de ambos y no una mezcla miserable de perfume y cigarro. Quiero ser el mejor hombre que puede estar a su lado.

Quiero dejar de fumar. Estoy harto. Estoy hasta la madre. Ahí mis motivos y en cada uno de ellos la motivación para dejarlo.

Lo dejo... y faltan 6 días.

30 marzo, 2007

Lo dejo..

Dejo el cigarro.

Tercer intento y debe ser el último. Pagué y pagué bien por acudir a una clínica contra el tabaco en la que una bola de doctores se empeñan en hacernos dejar de fumar a mí y a otros cinco arrepentido y pre-conversos.

Es un programa de tres meses que incluye medicamento fabricado por los mismos cuates que se aventaron la puntada multimillonario de Viagra. El nombre es por demás gracioso: Champix. Así que Champix, acompañado de terapia conductual y seguimiento médico, dicen es el mejor aliado de quien quiere ingresar a las filas de los ciudadanos que en un restaurant piden "área de no fumar, por favor". Ansío poder decir esa frase con absoluta convicción y no porque no hay mesa en el área de fumar.

El caso es que, como parte del programa, hoy debo escribir un texto breve (diría mi novia que en mí, eso es imposible) recordando mi primer cigarro. Es difícil, pero creo que me quedan retazos de memoria donde debe estar ésa parte. Busco con tenacidad.

El primero... fué como debe de ser un buen primer cigarro. Tendría catorce o quince años. Como cada verano, hicimos el viaje familiar a Chicxulub, playa ubicada en la costa yucateca en la que pasamos los veranos de niños, adolescentes y adultos.

Mi hermana, Amanda, que tendría entonces 17 o 18 años, comenzaba a explorar la sensación de madurez ficticia que le proporcionaba el cigarro. Por supuesto, eso era un secreto de estado para los viejos que, de enterarse, hubiesen desplegado sermón y regaño. La secrecía del asunto obligaba a mi hermana esconderse en la azotea del edificio de cinco pisos contiguo al nuestro para echarse su cigarrito nocturno. Pero si el propósito era sentirse grande, fumar sola no proporcionaba recompensa; necesitaba audiencia y si era audiencia participativa mejor.

Yo fuí la audiencia.

Una buena noche, me hizo la invitación para acompañarla a su escondite. Como buen hermano menor, curioso de lo que hacen los grandes, acudí presto y fué cuestión de un rato para animarme a probarlo. Vino la tos, la asfixia, la horrible sensación del primer cigarro y después vino el segundo que ya incluía lección y curso para aprender a fumar en sencillos pasos.

- No te tragues el humo güey, tienes que respirarlo...

- Cof, cof...

- Osea, jálale y luego respiralo, no te lo tragues...

- Cof, Cof, Cof...

- A ver, fúmale y suélta el humo despacito de tu boca e intenta aspirarlo con la nariz...

- Ah! órale! creo que ya ví como....


Me sentía grande. Me sentía grande y ¡en compañía de grandes! (una, pero grandes eramos los dos). Los días siguientes a ese, nuestro viaje nocturno era imperdonable. Viaje al que eventualmente se sumó Karla, mi otra hermana, que ya tenía mucha más experiencia en el tema.

Los años siguientes a ese, probé cigarro esporádicamente con amigos, fuera de la escuela, cuando nos ibamos de pinta (en Monterrey se dice "nos volábamos las clases") y no fué hasta casi saliendo de la prepa cuando comencé a fumar formalmente y a comprar mis propias provisiones de cigarros.

¡Ah! ¡que inteligente el muchacho!.

Ahí está, el primero y hasta los que siguieron después.

No he leído lo que debo escribir mañana ni pasado, pero lo estaré posteando en Vuelo Seguro.

Hago una declaración: Por primera vez, me siento verdaderamente motivado y decidido a dejar el cigarro. Me emociona pensar en cómo será mi vida sin fumar. Espero estar dando cuenta de eso en unas semanas.