17 abril, 2010

No van a engordar... ahorita.

Hoy vivimos una cultura en la que está de moda ser saludable, alimentarse balanceadamente y mientras más verde mejor, hacer ejercicio y, por consecuencia, estar en forma.

Hoy el gordo está mal, al gordo se le ve mal y se le trata mal. Hoy, ser gordo ha pasado de moda. El gordo es el nuevo fumador.

Yo que siempre he vivido en la frontera de la desadaptación social, tenía que comenzar a engordar justo en esta época. Y no ha sido divertido.

Engordar es un proceso que no duele, no se percibe ni se racionaliza. Uno no se da cuenta de lo que está pasando hasta que se ve en el espejo y ve esa barriga que rebasa la linea del cinturón. Entonces empieza a preocuparse y, de ahí a hacer algo realmente, hay un camino muy, muy largo.

La semana que termina, los diputados mexicanos aprobaron una Ley que busca combatir la obesidad prohibiendo a las escuelas vender comida chatarra y obligando a los estudiantes a hacer ejercicio en el horario escolar.

Es una buena ley, sin duda, pero no es una política pública y creo que no ataca la parte más "gruesa" del problema: los que se mueren por gordos.

Me ofrezco como ejemplo de estudio. Yo, aunque nunca fui delgado, nunca tuve un grado de obesidad como el que hoy presento. Por años estuve estabilizado en un peso, no ideal, pero dentro de los límites de lo saludable. Resulta que después de cierta edad (más bien uso) el cuerpo cambia y el metabolismo es más lento. También inician los desórdenes de ansiedad y miedo irracional propio de los treintones solteros (que cada vez somos más) que son los que hacen que uno coma y coma y no pueda parar de comer. Lo mismo pasa a los casados que es cuando empiezan a ganar el peso que luego no pueden tirar.

Así, nos convertimos en un bonche de gordos con cualquier cantidad de padecimientos esperando a tomarnos presos.

Esa Ley no combate, ni se acerca a ayudarnos a nosotros. En lo personal, fuí a una escuela donde, aunque se vendía comida chatarra, hacíamos ejercicio a diario y dos veces por semana en las tardes (muy en contra de mi voluntad que siempre buscó el desahogo artístico) y por supuesto que no tuve problemas de obesidad en esa época. Mis problemas fueron otros.

La obesidad llegó ahora, a los 32 años y cuando mi vida está en buena parte construida.

No digo que el gobierno deba dedicarse a ponernos a todos a dieta como si fuéramos chiquitos. Somos la generación productiva por ahora y tenemos (o se asume que tenemos) los recursos para acceder a los servicios que necesitamos. El problema es que los servicios no existen o son de mala calidad y no es para menos. Veamos:

Si usted tiene en sus manos 200 mil pesos para invertir en un negocio y decide incursionar en el mundo de la comida, ¿qué se le ocurre que pueda vender? Estoy seguro que a la mayoría de quienes me leen se les ocurrió vender tortas, tacos, garnachas y cualquier otro platillo mexicano, sencillo y delicioso.

No se nos ocurre vender nada más porque no sabemos qué tan sencillo o complicado pueda ser, porque no tenemos ninguna motivación para complicarnos la vida y arriesgar nuestro dinero. Sin embargo, pocos sabemos que las ensaladas, por ejemplo, tiene globalmente un costo menor al de los tacos o las tortas y muchas veces son mucho más sencillas de preparar.

Si el estado quiere de verdad bajar de peso a sus ciudadanos, tiene que implementar una política pública transversal. Tiene que convertir el estado de gordos en un estado de gente saludable. Que el sistema fiscal, el económico, el empresarial; que el sistema de salud y el de educación en todos los niveles se concentren también en esa estrategia. No basta con convencernos de las ventajas de bajar de peso. No basta porque cuando salimos a la calle, muy pocas cosas ayudan a hacerlo y es más fácil, barato y conveniente seguir en el mismo camino.

Que los niños no engorden de niños, es buena idea pero y ¿cuando sean grandes?.