30 marzo, 2007

Lo dejo..

Dejo el cigarro.

Tercer intento y debe ser el último. Pagué y pagué bien por acudir a una clínica contra el tabaco en la que una bola de doctores se empeñan en hacernos dejar de fumar a mí y a otros cinco arrepentido y pre-conversos.

Es un programa de tres meses que incluye medicamento fabricado por los mismos cuates que se aventaron la puntada multimillonario de Viagra. El nombre es por demás gracioso: Champix. Así que Champix, acompañado de terapia conductual y seguimiento médico, dicen es el mejor aliado de quien quiere ingresar a las filas de los ciudadanos que en un restaurant piden "área de no fumar, por favor". Ansío poder decir esa frase con absoluta convicción y no porque no hay mesa en el área de fumar.

El caso es que, como parte del programa, hoy debo escribir un texto breve (diría mi novia que en mí, eso es imposible) recordando mi primer cigarro. Es difícil, pero creo que me quedan retazos de memoria donde debe estar ésa parte. Busco con tenacidad.

El primero... fué como debe de ser un buen primer cigarro. Tendría catorce o quince años. Como cada verano, hicimos el viaje familiar a Chicxulub, playa ubicada en la costa yucateca en la que pasamos los veranos de niños, adolescentes y adultos.

Mi hermana, Amanda, que tendría entonces 17 o 18 años, comenzaba a explorar la sensación de madurez ficticia que le proporcionaba el cigarro. Por supuesto, eso era un secreto de estado para los viejos que, de enterarse, hubiesen desplegado sermón y regaño. La secrecía del asunto obligaba a mi hermana esconderse en la azotea del edificio de cinco pisos contiguo al nuestro para echarse su cigarrito nocturno. Pero si el propósito era sentirse grande, fumar sola no proporcionaba recompensa; necesitaba audiencia y si era audiencia participativa mejor.

Yo fuí la audiencia.

Una buena noche, me hizo la invitación para acompañarla a su escondite. Como buen hermano menor, curioso de lo que hacen los grandes, acudí presto y fué cuestión de un rato para animarme a probarlo. Vino la tos, la asfixia, la horrible sensación del primer cigarro y después vino el segundo que ya incluía lección y curso para aprender a fumar en sencillos pasos.

- No te tragues el humo güey, tienes que respirarlo...

- Cof, cof...

- Osea, jálale y luego respiralo, no te lo tragues...

- Cof, Cof, Cof...

- A ver, fúmale y suélta el humo despacito de tu boca e intenta aspirarlo con la nariz...

- Ah! órale! creo que ya ví como....


Me sentía grande. Me sentía grande y ¡en compañía de grandes! (una, pero grandes eramos los dos). Los días siguientes a ese, nuestro viaje nocturno era imperdonable. Viaje al que eventualmente se sumó Karla, mi otra hermana, que ya tenía mucha más experiencia en el tema.

Los años siguientes a ese, probé cigarro esporádicamente con amigos, fuera de la escuela, cuando nos ibamos de pinta (en Monterrey se dice "nos volábamos las clases") y no fué hasta casi saliendo de la prepa cuando comencé a fumar formalmente y a comprar mis propias provisiones de cigarros.

¡Ah! ¡que inteligente el muchacho!.

Ahí está, el primero y hasta los que siguieron después.

No he leído lo que debo escribir mañana ni pasado, pero lo estaré posteando en Vuelo Seguro.

Hago una declaración: Por primera vez, me siento verdaderamente motivado y decidido a dejar el cigarro. Me emociona pensar en cómo será mi vida sin fumar. Espero estar dando cuenta de eso en unas semanas.

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