Por mi naturaleza medio nómada, desde muy chico he adoptado acentos en mi hablar muy fácilmente. Crecí en Monterrey y desde que recuerdo pasaba mis veranos en Mérida y a casa regresaba hablando como comediante yucateco echando “bombas” y diciendo “voy a wishar” en lugar de “voy a orinar” o pidiéndole a alguien que me regale un “xixito” (se pronuncia shishito) en vez un chorrito o un pedacito de algo. A los pocos días recuperaba mi acento regio y todo volvía a la normalidad.
A veces pasaba días en Tabasco e inevitablemente terminaba comiéndome las eses y hablando como un peje cualquiera (aunque los tabasqueños piensan un poco más rápido que él y no hablan tan lento, pero la idea es esa) y gritando “ay moho” en vez de “si, cómo no” o denigrando gente llamándoles “shoto” en vez de joto.
Luego me fui a vivir a Sonora en 1998 y a los meses ya hablaba yo golpeado como los sonorenses y con vocablos seris y yaquis salpicados en mis conversaciones: “bichi” para desnudo o “cachora” para nombrar a una lagartija. Creo que después de casi nueve años allá, el sonorense se convirtió en mi “acento base”. Sin embargo, con ese trajín de la infancia creo que adquirí una sorprendente habilidad para adoptar acentos; es como una especie de mimetización fonética.
Hoy, que vivo en el D.F. y que trabajo con varios sonorenses, soy un camaleón verbal. Llega un capitalino a mi oficina y hasta me hecho mi “claro, mano!” se van, entra algún compañero sonorense e inmediatamente se cambia el switch a “¡si jodi’o, ‘ta de la chinga’a esa madre!”. Soy objeto de burlas.
Lo que si no logro soportar mucho, es la necesidad de algunos capitalinos de hacer de un asunto sencillo una disertación de horas. Me llegan vendedores de publicidad a echarme rollos eternos de porqué debo comprarles cuando ellos saben y yo sé que todo se reduce a ¿Cuántos te leen?, ¿Cuántos te ven?, ¿Cuántos te escuchan?; ¿Tengo lana? y ¿Es tiempo? y últimamente es más sencillo: Está prohibido.
En esas situaciones, debo confesar, uso mi habilidad a conveniencia y la verdad disfruto mucho cuando, con voluntario acento de sonorense, mis visitantes inevitablemente piensan que estoy enojado o que de plano soy insufrible y hacen su visita una muy corta.
¡Bendito Acento!
A veces pasaba días en Tabasco e inevitablemente terminaba comiéndome las eses y hablando como un peje cualquiera (aunque los tabasqueños piensan un poco más rápido que él y no hablan tan lento, pero la idea es esa) y gritando “ay moho” en vez de “si, cómo no” o denigrando gente llamándoles “shoto” en vez de joto.
Luego me fui a vivir a Sonora en 1998 y a los meses ya hablaba yo golpeado como los sonorenses y con vocablos seris y yaquis salpicados en mis conversaciones: “bichi” para desnudo o “cachora” para nombrar a una lagartija. Creo que después de casi nueve años allá, el sonorense se convirtió en mi “acento base”. Sin embargo, con ese trajín de la infancia creo que adquirí una sorprendente habilidad para adoptar acentos; es como una especie de mimetización fonética.
Hoy, que vivo en el D.F. y que trabajo con varios sonorenses, soy un camaleón verbal. Llega un capitalino a mi oficina y hasta me hecho mi “claro, mano!” se van, entra algún compañero sonorense e inmediatamente se cambia el switch a “¡si jodi’o, ‘ta de la chinga’a esa madre!”. Soy objeto de burlas.
Lo que si no logro soportar mucho, es la necesidad de algunos capitalinos de hacer de un asunto sencillo una disertación de horas. Me llegan vendedores de publicidad a echarme rollos eternos de porqué debo comprarles cuando ellos saben y yo sé que todo se reduce a ¿Cuántos te leen?, ¿Cuántos te ven?, ¿Cuántos te escuchan?; ¿Tengo lana? y ¿Es tiempo? y últimamente es más sencillo: Está prohibido.
En esas situaciones, debo confesar, uso mi habilidad a conveniencia y la verdad disfruto mucho cuando, con voluntario acento de sonorense, mis visitantes inevitablemente piensan que estoy enojado o que de plano soy insufrible y hacen su visita una muy corta.
¡Bendito Acento!
2 comentarios:
Oye, que padre!! Me pasa exactamente lo mismo y me encanta que exista alguien que me entiende o yo te entiendo, quien sabe, pero no se a que se debe la facilidad para adaptarte a la forma de hablar de otras regiones de nuestra hermosa y amable República Mexicana :P, pero me encanta, porque juegas con lo que se logra. Lo malo es cuando regreso a mi tierra sonorense y odian que llegue hablando como gente del sur, y en el sur, me dicen que no tengo acento sonorense jajaja, en fin. Me identifiqué mucho con tu publicación. Beatriz.
Qué onda, Plebe!.- Si que está divertido y me pasa exactamente lo mismo, sobre todo en nuestro ambiente que nos movemos justamente con gente que proviene de toooodos los estados de la República. Yo nací en Monterrey, me crié en Sinaloa, vivo en Guadalajara y trabajo en el DF,jaja. Se a lo que te refieres. Igaminate el choque cultural de mi sobrino Roberto, yucateco de nacimiento, que cuando tenía 5 años fue a Culiacán a visitar a mis apas, y después de 2 días de oir a sus primos hablar golpea'o, le dice en "secreto" a mi hermana, o sea su mamá, con el más inconfundible tono yucateco: "Oye mamá, porqué mis primos hablan como vaqueros?" De que se nota, se nota y deque hablamos golpea'o, pues también. jaja
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