30 octubre, 2005

Un bocado de mí mismo. (Refrito del 30 de Mayo)

Hoy no tengo nada claridoso que escribir. Mi cabeza está totalmente dañada por el revoltijo de ideas y sentimientos que se me atraviesan y que cambian cada par de minutos. Esta es la quinta vez que comienzo de nuevo este post. Intentaba escribir de lo que se siente ser un solitario. Intentaba vaciar mi ocasional frustración pero no lo logré. Nada parecía hacer sentido.

De pronto me encontré sentado en el sofá de mi sala, libro en mano y sintiéndome increíblemente solo. ¿La soledad viene solo a ratos o se queda? Puede ser una compañera constante que se pierde en el ruido de los tambores de guerra de cada día o una visitante ocasional que disfruta con el vacío que causa en cada uno de sus anfitriones.

De un momento a otro me invadió la envidia. Envidia del personaje de mi libro que sostenía una conversación desafiante y extensa con otro de los personajes de la historia. Se acababan lentamente las bebidas y levantaban la voz de vez en cuando para enfatizar sus argumentos. Precisamente cuando estaba mas concentrado en el texto y escuchaba en mi cabeza perfectamente esa conversación, el murmullo de otros comensales en el lugar y el viento pasando por las rendijas de las ventanas, el silencio de mi departamento me distrajo. Fué especialmente elocuente. ¡¡Un silencio tan estruendoso! La soledad se disfruta mucho, pero llegan momentos en que el exceso de espacio y de aire es asfixiante. No logro saber exactamente como me sentí, pero no fue y no es placentero ni cómodo.

Entonces fué cuando cerré las páginas que hacían de compañía y me senté frente a la pantalla. Me dije que sería interesante escribir sobre mi soledad dominical pero no lo fué. Escribí n par de párrafos y borré. Intentemos un nuevo enfoque, me aconsejé. Nada. Dos Párrafos más y de vuelta al espacio blanco. Junté mis manos y recargué mi cabeza en ellas. Cerré los ojos y empecé a hurgar dentro de mí.

De pronto pensé en lo cálido que sería ver gente pasar de un cuarto a otro llevando platos, ropa o simplemente un grito de reclamo. Pensé en lo reconfortante que sería recibir el olor de cena preparándose en la cocina. Vamos, pensé en lo genial que sería que en este lugar pudiera ver y escuchar más que a mi mismo. La idea de escucharme en voz alta sin parecer un loco dentro de mi propia casa, es añorable.

En ese viaje que hacía dentro de mi, me imaginé al salir de mi casa y subirme al auto. En unos minutos podía estar a la puerta de cualquiera de esas amistades que me han acompañado por años y años y con quienes puedo bajar los hombros y sacar todo en palabras, en llanto o patadas.
Soñé también en poder estar inmediatamente a la puerta de quien mantiene en sus manos mi ilusión y que a veces se antoja tan lejana. Me soñé en el esfuerzo diario de arrancar una sonrisa, un sonrojo o un rechazo; algo.

Me soñé liberado de las cosas que "le enseñan a ser hombrecito" como las cuentas mensuales y los deberes caseros.

Soñé por varios minutos despierto. De nuevo el silencio me despertó, lo ahogué en música y me puse a escribir de nuevo.

En unos minutos más saldré del estadío en el que estoy. Volveré a mi realidad -que casi todo el tiempo disfruto- y me iré a dormir. No espero sorpresas. En la mañana, el silencio va a ser abruptamente roto por el despertador y por los sonidos que yo provoque en la rutina diaria matutina. Me iré a trabajar y cuando regrese por la noche, todo va a estar exactamente como lo dejé. Voy a entretenerme un rato en lo que se me antoje y seguramente pensaré en lo disfrutable que es estar solo. Este sentimiento se habrá esfumado por un tiempo. Probablemente vuelva, normalmente lo hace. Hasta ese día, todo volverá a la normalidad.

A final de cuentas no sé si este sentimiento de soledad viene nada más a ratos o se queda y lo sofocamos con otras cosas y otros ruidos. Lo que creo es que siempre está ahí, esperando a que todo lo demás en mi mente y en mi espíritu se calle porque no quiere interferencias. Cuando logra salir a la superficie es amargo, duele y bastante.

Al final de cuentas, la naturaleza se impone. Los seres humanos no estamos hechos para la soledad. La felicidad es siempre el eco de momentos cortísimos de plenitud. Cuando esos momentos llegan y no hay alguien a un lado para compartir, se convierten en bocados agridulces de uno mismo.

Hoy, me encontré sentado en el sofá de mi sala, libro en mano. Una lectura estimulante me hace sentirme pleno. Cuando levanté mi mirada, emocionado por la historia que leía, me di cuenta de que estaba solo. Ese momento se convirtió en un bocado agridulce de mi mismo, de mi soledad y mis lágrimas.

He venido aquí a pasarlo. Listo. Buenas noches.

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