21 octubre, 2005

Vaya que tengo madre. (Refrito del 5 de Abril de 2005)

Éste, sin duda, es de mis favoritos. Algunos pueden pensar que recurro al recurso lacrimógeno, pero tenía que hacerlo. Es mi ma'. Es su homenaje, como varios que iré posteando en su momento. Es el homenaje a mi viejita y éste sí, no podía quedarse atrapado en la casa vieja.
Dentro de una noche más, interminable gracias a mi nuevo mejor amigo, el insmonio, y después de sumergirme en una de esas películas lacrimógenas que sólo funcionan en la vulnerabilidad provocada por la notable falta de defensas que me deja la falta de sueño, se me llenó la cabeza de recuerdos.

Inevitable a veces darse una pausa y desmenuzarlos poco a poco. El resultado: una bola de notas mentales y de anotaciones que necesito ordenar de alguna manera. Alguien se tendrá que chutar esto o no.

El caso es que tengo que declara que tengo mucha mucha madre. Sé que cada hijo e hija dirán mas o menos lo mismo, pero tengo derecho a fundamentar mi caso. En el terreno de lo subjetivo y de lo emocional, tengo derecho a decir que tengo a la mejor madre del mundo.

Mi madre, hoy una mujer de 55 años, me ha definido en gran medida. Lo fascinante es que después de años de infancia y adolescencia y de constantes choques con ella, es hasta ahora que me acerco a los 30 años que empiezo a reconocer en mi las fortalezas y los valores que tanto lucho ella por sembrar en nuestros confundidos cerebros.

Mi madre no es una clásica abnegada madrecita mexicana, como diría Octavio Paz. Es una mujer extremadamente pragmática que, al quedar sola, con una niña de 5 y uno de 3 años, no se permitió esos largos períodos de tristeza o de desahogo. Tomó sus cosas, sus hijos y las herramientas que le habían dado sus padres en su momento y comenzó una lucha de años.

Con increíble convicción, la independencia fue su primer meta. Aún con la siempre disponible ayuda de sus padres y el constante ofrecimiento de ventaja que hubiesen hecho su vida más fácil, su férreo sentido de la responsabilidad la llevó a cumplir su primer meta: La independencia.

Así, nos ubicamos en un cómodo departamento en el corazón de la Colonia del Valle en San Pedro, Garza García, Nuevo León.

Con una habilidad increíble y una fuerza de voluntad aún más invulnerable, nos dió la mejor educación que pudo, pero sobretodo, el amor más puro y más conmovedor que he podido encontrar hasta hoy. El de una mujer que tiene el corazón encogido cada tarde que deja a sus hijos solos en casa para poder regresar al trabajo después de la comida. El de una mujer que por años, cada invierno desempolvaba los mismos suéteres mientras se aseguraba de renovar nuestro guardarropa con la mayor frecuencia posible. El de una mujer cuya única preocupación era que nosotros tuviéramos las herramientas que ella no tuvo y asegurarse no pasáramos por las mismas dificultades que seguramente ella pasaba en esos momentos.

Era el amor de una mujer que cada domingo llenaba su cara de felicidad cuando en nuestro muy pobre entendimiento del humor hacíamos chistes y bromas estúpidas a cada momento.

A veces guardo un sentimiento de extraña culpa cuando pienso que mientras mi hermana y yo pasábamos horas jugando con "El hombre elástico" o a tirarnos de las camas, mi madre probablemente estaba en su recámara mordiéndose las uñas viendo numeros una y otra vez pensando en cómo ajustar el gasto para la casa y aún así poder llevarnos a la matinee del domingo en el "Rio 70" a ver la más reciente película de Spielberg como nos lo había prometido. De hecho, nunca prometía, más bien siempre nos decía que "ya veremos" o "uno de estos días", esas palabras, para nosotros siempre fueron prácticamente ley. No recuerdo una ocasión en que nuestros deseos fueran pospuestos por mucho.

Episodios de el maravilloso sacrificio que hizo por años, hay tantos como días en mi vida dentro de su casa pero resultaría inpútil e increíblemente aburrido relatarlos uno a uno.

Sólo hay uno último que me parte el alma de manera recurrente. En su momento decidí dejar la casa materna. Lo hablé con ella y aunque nunca estuvo de acuerdo, me dió su apoyo, como siempre. La carita de mi viejita al despedirme de ella en la central de autobuses, es inolvidable. De pronto su niño se iba. Le habían platicado que eso pasaba pero nunca pensó que pasara tan pronto. Nunca se imaginó que le pasara a ella. La euforia del momento y la emoción de la aventura, me aislaron de mayores emociones en ese momento pero hoy lo atesoro como un constante recordatorio y agradecimiento.

Mi madre nos enseño, sobretodo, a ser independientes, a salir adelante con nuestros propios recursos. Nos enseñó a ser producto de nuestros propio esfuerzo y a ser humanos que inspiren orgullo y no desprecio. Mi madre nos enseñó a amar profundamente, a no esconder ni callar lo que sentimos, a darnos un tiempo para llorar pero nunca más del necesario para que nuestra vista se aclare.

Sus enseñanzas me dieron la fuerza para emprender esa aventura por el Desierto mexicano y, hasta el momento salir airoso. A veces pienso que sus lecciones se pusieron en contra suya a final de cuentas. Pero estoy seguro que ella se siente orgullosa porque esas enseñanzas se pusieron a favor nuestro.

Así que tengo mucha madre. Una madre que hoy ha encontrado en mi sobrino, su nieto, una emoción nueva e igualmente reconfortante. De pronto las cosas se ven muy claras: No somos muy diferentes al resto del mundo, pero en nuestro universo, en nuestro universo en miniatura, el ciclo se cumple al pié de la letra y, eventualmente, en diferentes circunstancias, sé que me tocará a mi morderme las uñas mientras mis hijos juegan.

Mientras tanto, no puedo evitar pensar que estoy en deuda con ella. Quizá así funciona todo, quizá mi deuda se pague con mis propios hijos y la cadena continúe.

Tengo una bendición por madre. En el terreno de lo subjetivo, tengo derecho a decirlo: Me tocó la mejor.

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